La Fiesta
Estaba suave el sol, el aire limpio y el cielo sin nubes.
Hundida en la arena, humeaba la olla de barro. En el
camino de la mar a la boca, los camarones pasaban por
la mano de Zé Fernando, maestro de ceremonias, que
los bañaba en agua bendita y sal y cebolla y ajo.
Había buen vino. Sentados en rueda, los amigos com-
partiamos el vino y los camarones y la mar que se abría,
libre y luminosa, a nuestros pies.
Mientras ocurría, esa alegría estaba siendo ya recor-
dada por la memoria y soñada por el sueño. Ella no iba
a terminarse nunca, y nosotros tampoco, porque somos
todos mortales hasta el primer beso y el segundo vaso, y
eso lo sabe cualquiera, por poco que sepa.
-Eduardo Galeano, en "El libro de los abrazos"
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