jueves, 24 de marzo de 2016

Eduardo Galeano - Historia de los siete prodigios






Historia de los siete prodigios 

Nunca hubo mujer tan difícil ni hombre más mago entre la boca del río de las Amazonas y la Bahía de Todos los Santos. Siete prodigios cumplió José para ganar los favores de María. 

El padre de María dijo: 
— Es un muerto de hambre. 
Entonces José desplegó en el aire un mantel de encajes, hecho por ninguna mano, y ordenó: 
— Póngase, mesa. 
Y un banquete de muchas fuentes humeantes fue servido por nadie sobre el mantel que flotaba en la nada. Y aquello fue una alegría para las bocas de todos. Pero María no comió ni un grano de arroz.

El rico del pueblo, señor de la tierra y de la gente, dijo: 
— Es un pobretón de mierda. 
Entonces José llamó a su cabra, que llegó brincando desde ninguna parte, y le ordenó: 
—Cague, cabra. 
Y la cabra cagó oro. Y hubo oro para las manos de todos. Pero María se puso de espaldas al fulgor.

El novio de María, que era pescador, dijo: 
— De pesca no entiende nada. 
Entonces José sopló desde la orilla de la mar. Sopló con pulmones que no eran sus pulmones, y ordenó: 
— Séquese, mar. 
Y la mar se retiró, dejando la arena toda plateada de peces. Y los peces desbordaron las cestas de todos. Pero María se apretó la nariz.

El difunto marido de María, que era un fantasma de fuego, dijo: 
— Lo haré carbón. 
Y las llamas atacaron a José por los cuatro costados. Entonces José ordenó, con voz que no era su voz: 
—Refrésqueme, fuego. 
Y se bañó en la hoguera. Y a todos se les salían los ojos. Pero María cerró sus párpados. 

El cura del pueblo dijo: 
—Merece el infierno. 
Y declaró a José culpable de brujería y pacto con el demonio. Entonces José atrapó al cura por el cuello y ordenó: 
—Estírese, brazo. 
Y el brazo de José, que ya no era su brazo, se llevó al cura hacía los ardientes abismos del universo. Y todos se quedaron con la boca abierta. Pero María gritó de horror. Y en un santiamén, el larguísimo brazo trajo de vuelta al cura chamuscado.

El policía dijo: 
— Merece la cárcel. 
Y se vino encima de José, garrote en mano. Entonces José ordenó: 
— Pegue, palo. 
Y el garrote del policía golpeó al policía, que salió corriendo, perseguido por su propia arma, y se perdió de vista. Y todos rieron. Y María también. Y María ofreció a José una hoja de cilantro y una rosa blanca.

El juez dijo: 
— Merece la muerte. 
Y José fue condenado por desacato, violación del derecho de propiedad del padre sobre la hija y del muerto sobre la viuda, atentado contra el orden, agresión a la autoridad y tentativa de curicidio. Y el verdugo alzó el hacha sobre el cuello de José, atado de pies y manos. Entonces José ordenó: 
— Aguante, pescuezo. 
Y el hacha golpeó, y el cuello la hizo pedazos. Y para todos fue una fiesta. Y todos celebraron la humillación de la ley humana y la derrota de la ley divina.

Y María ofreció a José un pedazo de queso y una rosa roja. Y a José, vencedor desnudo, vencedor vencido, le temblaron las rodillas.




-Eduardo Galeano, en el libro "Las Palabras Andantes"



No hay comentarios.:

Publicar un comentario