Historia de los siete prodigios
Nunca hubo mujer tan difícil ni hombre más mago entre la boca del río
de las Amazonas y la Bahía de Todos los Santos. Siete prodigios
cumplió José para ganar los favores de María.
El padre de María dijo:
— Es un muerto de hambre.
Entonces José desplegó en el aire un mantel de encajes, hecho por
ninguna mano, y ordenó:
— Póngase, mesa.
Y un banquete de muchas fuentes humeantes fue servido por nadie sobre el
mantel que flotaba en la nada. Y aquello fue una alegría para las bocas de
todos.
Pero María no comió ni un grano de arroz.
El rico del pueblo, señor de la tierra y de la gente, dijo:
— Es un pobretón de mierda.
Entonces José llamó a su cabra, que llegó brincando desde ninguna
parte, y le ordenó:
—Cague, cabra.
Y la cabra cagó oro. Y hubo oro para las manos de todos.
Pero María se puso de espaldas al fulgor.
El novio de María, que era pescador, dijo:
— De pesca no entiende nada.
Entonces José sopló desde la orilla de la mar. Sopló con pulmones
que no eran sus pulmones, y ordenó:
— Séquese, mar.
Y la mar se retiró, dejando la arena toda plateada de peces. Y los peces
desbordaron las cestas de todos.
Pero María se apretó la nariz.
El difunto marido de María, que era un fantasma de fuego, dijo:
— Lo haré carbón.
Y las llamas atacaron a José por los cuatro costados. Entonces José
ordenó, con voz que no era su voz:
—Refrésqueme, fuego.
Y se bañó en la hoguera. Y a todos se les salían los ojos.
Pero María cerró sus párpados.
El cura del pueblo dijo:
—Merece el infierno.
Y declaró a José culpable de brujería y pacto con el demonio.
Entonces José atrapó al cura por el cuello y ordenó:
—Estírese, brazo.
Y el brazo de José, que ya no era su brazo, se llevó al cura hacía los
ardientes abismos del universo. Y todos se quedaron con la boca abierta.
Pero María gritó de horror. Y en un santiamén, el larguísimo brazo trajo de vuelta al cura chamuscado.
El policía dijo:
— Merece la cárcel.
Y se vino encima de José, garrote en mano. Entonces José ordenó:
— Pegue, palo.
Y el garrote del policía golpeó al policía, que salió corriendo, perseguido por
su propia arma, y se perdió de vista. Y todos rieron. Y María también.
Y María ofreció a José una hoja de cilantro y una rosa blanca.
El juez dijo:
— Merece la muerte.
Y José fue condenado por desacato, violación del derecho de
propiedad del padre sobre la hija y del muerto sobre la viuda, atentado contra el
orden, agresión a la autoridad y tentativa de curicidio.
Y el verdugo alzó el hacha sobre el cuello de José, atado de pies y manos.
Entonces José ordenó:
— Aguante, pescuezo.
Y el hacha golpeó, y el cuello la hizo pedazos.
Y para todos fue una fiesta. Y todos celebraron la humillación de la ley
humana y la derrota de la ley divina.
Y María ofreció a José un pedazo de queso y una rosa roja. Y a José,
vencedor desnudo, vencedor vencido, le temblaron las rodillas.
-Eduardo Galeano, en el libro "Las Palabras Andantes"
No hay comentarios.:
Publicar un comentario