Carta I
Desde que te conozco, hay un eco
en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas
que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de
un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve
como se mueven las gotas del agua.
Clara: corazón, rosa, amor…
Junto a tu nombre el dolor es una
cosa extraña.
Es una cosa que nos mira y se va,
como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre:
Clara, claridad esclarecida.
Yo pondría mi corazón entre tus
manos sin que él se rebelara.
No tendría ni así de miedo,
porque sabría quién lo tomaba.
Y un corazón que sabe y que
presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada.
¿Y qué mejor amparo tendría él,
que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre
mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada.
Lo han aprendido ya el árbol y la
tarde… y el viento lo ha llevado hasta
los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales.
Y lo murmura el río…
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de
durazno en tu nombre.
-Juan Rulfo
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.